Un día, Jesús, a quemarropa, preguntó a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que soy yo?”. A lo que ellos contestaron que unos decían que era Juan Bautista, Elías o alguno de los profetas. A lo que Jesús les preguntó directamente: “Y, según ustedes, ¿quién soy yo?”. Pedro, muy resueltamente, respondió: “Tú eres el Mesías” (Mc 8,36).
Traigo este pasaje tan conocido a colación, porque sobre Jesús se dijo, se siguen diciendo y se seguirán afirmando muchas cosas, a veces las más inverosímiles y descabelladas. Es decir, de Jesús “se ha dicho de todo”, a lo largo de la historia humana y de personas creyentes, no creyentes, ateas, indiferentes. De esto tenemos libros, revistas, películas, artículos, ponencias.
Las opiniones han penetrado en todos los ámbitos: en la familia, en el trabajo, en la calle, en los centros de estudio, en fin, en todas partes. Y como decían nuestros abuelos: “el papel aguanta lo que le pongan”. Y esto sucede con Jesucristo. Desde ser proclamado como Hijo de Dios por un romano al pie de la cruz, hasta ser llamado “impostor” por los jefes religiosos judíos, poco después de su muerte Mt 27,54.62-63), las opiniones han estado en el tapete…
A raíz de la película “El Código Da Vinci”, que se ha estrenado hace algunos años y oyendo tantas cosas, he querido escribir, sin ser exhaustivo, de “todo lo que se ha dicho de Cristo”, tanto dentro como fuera de la Iglesia.
El Nuevo Testamento
Los textos del Nuevo Testamento son claros en afirmar que Jesús de Nazareth, nacido de María Virgen, es el Hijo de Dios. Desde los cuatro Evangelios, Mateo, Marcos, Lucas y Juan, pasando por los Hechos de los Apóstoles, las cartas apostólicas y el Apocalipsis, nos enseñan que las esperanzas de Israel y del mundo se han cumplido con Cristo, que es el Mesías, el Señor, el Verbo encarnado, la Palabra del Padre, el Dios con nosotros, el Profeta y el Justo, el Santo, el Hijo del Hombre, el Hijo de David, el Cordero de Dios, el Sumo Sacerdote, el Redentor y el Salvador, que es Dios y hombre verdadero. Basta con que nos detengamos, sólo por poner un ejemplo, en leer el libro del Apocalipsis y buscar la infinidad de nombres y títulos de Jesús. Es sencillamente fascinante e increíble…
En fin, que de la experiencia hecha por los apóstoles de Jesús, antes y después de su muerte, como el Crucificado, Muerto y Resucitado, ha nacido la fe de la Iglesia desde aquellos primeros tiempos hasta hoy. Esto es lo que siempre hemos creído y hemos defendido. Y es patrimonio de todos los cristianos, ya se traten de católicos, no católicos, ortodoxos, anglicanos, luteranos, evangélicos y demás. Salvo que una y otra secta pseudo- cristiana (mormones, testigos de Jehová, etc), que niegan algún aspecto importante de Jesús, todos confesamos como Pedro, que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mt 16,18).
Ahora bien, en la práctica, estos títulos y estas apreciaciones acerca de Jesús, es decir, toda la cristología, se han ido profundizando, entendiendo mejor, guiados por la luz del Espíritu Santo. En especial, cuando los primeros cristianos reflexionaban todos estos escritos, y celebraban a Jesús Resucitado en la Eucaristía, los sacramentos, las profesiones de fe, el culto y la vida diaria. Todos ellos daban testimonio de esta fe en Jesús.
Las primeras voces discordantes
Pero ya desde los tiempos del Nuevo Testamento, hubo cristianos que enseñaban otras cosas, apartándose de la fe de la comunidad cristiana. Por ejemplo, el Evangelio y las cartas de Juan combaten a aquellos que negaban la humanidad de Jesucristo, que Cristo “hubiera venido en carne”. De allí la importancia de subrayar la perfecta humanidad del Hijo de Dios (Jn 1,1.14).
Estos cristianos formarían luego un movimiento llamado “gnosticismo” (palabra que viene de “gnosis”, “conocimiento”), que se desarrolló, sobre todo, en el siglo II d.C. y que, entre otras cosas, negaban la encarnación, muerte y resurrección de Cristo. El autor de estas cartas, los llamará con los epítetos de “anticristos”, “seductores”, “mentirosos”, “falsos profetas”, “raza de Caín”, “hijos del diablo”, “mundanos”, contrapuestos a los verdaderos creyentes, que fueron fieles a las enseñanzas de los apóstoles sobre Jesús.
Todo esto desembocó en las primeras herejías cristológicas. Por ejemplo, los docetas, que eran gnósticos, negaban la realidad del cuerpo humano de Jesús, reduciendo a Jesús a ser una especie de fantasma. El adopcionismo decía que Jesús no era realmente Hijo de Dios, sino un hombre adoptado como hijo suyo. Es decir, lo que aquellos cristianos discutían era, por una parte, o la humanidad de Jesucristo o su divinidad, acentuando una y otra, como luego veremos.
Los evangelios apócrifos
Junto a los escritos del Nuevo Testamento, surgieron otros llamados “Evangelios apócrifos”. Esta palabra, apócrifo, significa “oculto”, “escondido”, que intentaron introducirse como libros auténticos en la Iglesia, pero que ella tuvo la sabiduría de rechazar desde un principio, ya que no los consideró inspirados por el Espíritu Santo.
Habían nacido en su momento, para tratar de llenar algunas lagunas de los Evangelios canónicos, es decir, los que tenemos en el Nuevo Testamento, especialmente de la vida de Jesús, su infancia, pasión y muerte. En sus comienzos, los cristianos los leían junto con los otros, pero la Iglesia los fue “sacando de circulación” y prohibiendo su lectura, por las cosas fantasiosas, pueriles y ridículas que contaban, en especial, de Jesús. De allí su nombre “apócrifos”, es decir, “prohibidos”, “reservados”, “no para todos”.
Casi todos fueron escritos en griego y después traducido al armenio, al copto, al siríaco, al etíope y al latín, lo cual demuestra el enorme éxito que tuvieron. Es decir, que el sensacionalismo ya existía como hoy…, y para aumentarlo, estos evangelios llevaban los nombres de sus “autores”, como Pedro, Santiago, Tomás, María y demás, lo cual, aunque no era cierto, les daba mayor autoridad.
Lo que dicen de Jesús, sencillamente no lo podemos creer: algunos que era un niño malcriado, “chichoso” (enojón) y caprichoso; otros, que el niño Jesús hacía pajarillos de barro, que hacía milagros a favor de la Virgen, que resucitaba muertos a los que él mismo daba muerte, que fabricaba carretas, que “jalaba” agua en su manto, por haber quebrado el cántaro de su madre en una ocasión, etc. Como vemos, desde el punto de vista histórico no son creíbles.
Esto lo podemos aplicar, por ejemplo, al Evangelio de Judas, escrito gnóstico del siglo III d. C., donde se afirma que el mismo Jesús dio la orden a Judas de traicionarlo y que ha causado revuelo en estos días… Los cristianos (as) podemos leer con cierta curiosidad estos Evangelios, pero no podemos creer, ciertamente, lo que dicen. El conocerlos nos ayudan a valorar mejor los Evangelios oficiales que tenemos, y a distinguir lo que enseñan éstos, de lo que entró por la puerta falsa de la fe de los autores de los libros apócrifos.
Las herejías de los primeros siglos
Fue convicción de la Iglesia, desde sus comienzos el que Cristo es Dios y hombre verdadero (Jn 1,1; 20, 28). En la práctica a ciertos cristianos, esto se les hacía difícil entenderlo y planteaban cómo podía ser Dios y hombre al mismo tiempo. Para unos era un simple hombre, para otros una especie de ángel, un ser venido del cielo, pero no Dios. Esto afirmaba un patriarca de Oriente, llamado Arrio: que Cristo era Hijo de Dios, pero no Dios como su Padre, que era la más perfecta de las criaturas, la más alta, pero, al fin, un hombre divinizado por Dios.
El Concilio de Nicea (año 325 d. C) enseñaba, para contrarrestar esta herejía, lo que ya la Iglesia enseñaba desde sus comienzos que el Hijo de Dios es “Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, de la misma naturaleza que el Padre” (o consustancial). Es decir que Cristo en cuanto Hijo de Dios, es distinto del Padre, es la segunda persona de la Trinidad, pero comparte la misma naturaleza de Él, la divinidad. Y esto es lo que los cristianos (as) profesamos en el Credo.
Posteriormente, después del arrianismo, surgió otra herejía, llamada “apolinarismo”, pues su mentor se llamaba Apolinar de Siria, que afirmaba que el Verbo era el que hacía las funciones del alma de Jesús. Pues, como Jesús, según ellos, era un hombre compuesto, como cualquiera, de cuerpo y alma, el Verbo hacía las funciones del alma… Esto comprometía la redención, ya que Jesús no tenía realmente un alma humana como nosotros, y entonces habría redimido sólo la parte material y no la espiritual del ser humano, que es un todo.
Nestorio, por su parte, llegó a hablar ya no solo de la doble naturaleza humana de Jesús, sino de dos personas (y no de una persona, como lo es Jesús): el hombre Jesús y el Verbo de Dios, diciendo que María era la madre del hombre Jesús, pero no del Verbo, de Dios (Hijo).
Esta herejía, llamada “nestorianismo”, fue contestada en la Iglesia por Cirilo de Alejandría y por el Concilio de Éfeso (año 431 d. C), que afirmaba que “tanto de la naturaleza humana como divina se hizo la unión en la única persona del Salvador”. Que María es Madre del Verbo de Dios hecho hombre. Y esto es lo que todos los cristianos (as) rezamos en la segunda parte del Ave María: “Santa María, Madre de Dios…”
Tiempo después, un monje llamado Eutiques, al no saber diferenciar las dos naturalezas de Jesús, lo que hizo fue “revolverlas”, diciendo que en Cristo hay un sola naturaleza, la divina, que había absorbido la naturaleza humana, como una gota de agua en el mar. Esta herejía se llamaba “monifisismo”. La Iglesia, en el Concilio de Calcedonia (año 451 d. C), enseñó que “Cristo es el Señor, en dos naturalezas, sin mezcla ni confusión, sin separación ni división”.
Posteriormente, para afirmar que Jesucristo estaba libre de pecado, algunos cristianos llegaron a decir que Él no tenía una voluntad humana, sino solamente una voluntad divina, por lo cual no podía pecar. Esta herejía se llamaba “monotelismo”. El Concilio III de Constantinopla (año 681), combatió esta herejía, diciendo que Cristo tiene dos voluntades, y que la humana se subordina y sigue a su voluntad divina (Jn 6,38; Mt 26,39; Jn 4,34).
Como vemos, la Iglesia salió al paso de aquellos que negaban, o la humanidad de Cristo o su divinidad, con los correspondientes concilios, preocupados por entender correctamente a Cristo, Hijo de Dios y hombre verdadero, una sola persona en dos naturalezas, de tal forma que no quedara comprometida la salvación de los seres humanos.
El Cristo de los otros
Como hemos visto, de Jesús se dice de todo… Al igual que en su tiempo, Jesús encuentra hoy día personas que lo siguen y que lo rechazan. Algunos se interesan por el Jesús histórico y sin llegar a un conocimiento de fe, tratan de satisfacer su curiosidad. Otros lo ven como un maestro más de la humanidad.
Algunos filósofos no dan ni siquiera lugar a pensar en la realidad misma de Jesús como Dios y como hombre. No podemos pasar por alto, entre las muchas corrientes ideológicas adversas, al comunismo ateo, el cual, si bien ahora es decadente, por décadas ha enfrentado al cristianismo. Las religiones cristianas buscan, cada cual a su manera, cómo vivir el mensaje de amor, de reconciliación y de paz que el Señor nos dejó. Los católicos, que creemos en Él para seguirlo, hacemos de su persona un modelo a seguir; queremos amarlo y hacerlo centro y Señor de nuestras vidas.
Pero también hay otras corrientes religiosas, filosóficas o de otra índole, que tratan de dar su respuesta a la pregunta sobre Jesús. Ellas también nos presentan a un Jesús reflexionado, vivido y meditado fuera de la Iglesia, con aciertos y fallos, como veremos a continuación:
El Cristo de la Nueva Era
La base de la Nueva Era se centra en el nuevo regreso de Cristo. Pero de un Cristo total, capaz de unificar las fuerzas espirituales de la humanidad, resumidas en el triángulo Luz- Amor- Poder, capaz de darnos la nueva agua de la Era de Acuario y capaz de iniciarnos en nuevas formas de conciencia e iluminación interior. Cristo es el modelo de la humanidad, de la religión y de la unión de las culturas orientales y occidentales.
El nuevo Cristo que la Nueva Era presenta, se llama también Logos Solar y equivale al Maestro de la verdad, que se reencarna, en cada época zodiacal, en maestros espirituales y que consumará la evolución en Acuario bajo el nombre de Maitreya.
El nuevo Evangelio es de Acuario, capaz de unir y fundir todas las tradiciones espirituales en una nueva iniciación mística de este mismo Cristo. Es la espiritualidad del Cristo cósmico, del Cristo Energía, del Cristo Crístico Universal, antes encarnado en grandes personalidades religiosas como Buda, Krisna, Jesús de Nazaret y Mahoma. De cualquier forma, el Cristo no es sólo uno, único, mediador y salvador. Se aplica a diversos personajes y finalmente, a cada uno de nosotros.
Jesús, entonces, no es la segunda persona de la Santísima Trinidad, sino un simple maestro de la humanidad, pero no el Salvador del mundo. En vez de Jesucristo, Hijo de Dios, persona divina y humana, redentor de la humanidad, basta el Logos solar, el Cristo avatar e instructor mundial.
De manera que la Nueva Era hace una presentación deformada de la persona del Hijo de Dios, por las siguientes razones:
* Presenta a un Cristo reducido a un simple personaje.
* A un Cristo instrumentalizado al estilo de la gnosis (conocimiento) del siglo II.
* El Cristo “que volverá al final de los tiempos” es, según esta corriente, “una idea”, un “alma que lo penetra todo”, una energía, un conjunto de vibraciones…No es una persona concreta. Puede entonces reencarnarse en Buda, en Zaratustra (así se llamaba el fundador de la religión persa), o en cualquier otro maestro, ideólogo o místico cualquiera.
* A Cristo no se le considera Hijo de Dios, sino que el Cristo de la New Age, es el “Cristo cósmico” de la tradición esotérica u ocultista, el mismo que en otras tradiciones, esperan con otros nombres: es un avatar o instructor espiritual, que marca el paso de una época a otra y la instauración de una nueva jerarquía espiritual en el universo.
* En el “yo profundo” de cada uno, según esta nueva corriente, está Dios. Aún más, ese «yo» coincide con Dios. Lo podemos “divinizar”. De allí que no es necesaria la encarnación de Cristo, porque Dios está en mí. Esto se llama «panteísmo», esto es, que Dios es todo: el universo, el mundo, el ser humano, los seres vivos, las piedras, nosotros mismos, todos “somos Dios”.
* En esta corriente de pensamiento no hay salvación, porque para ellos no existe el pecado. Lo que hay es un “karma”, o sea, una serie de imperfecciones de la vida pasada, actos malos de los cuales el ser humano se libera reencarnándose una y otra vez. Por eso no es necesaria la redención (no hay pecado). De ahí la creencia en la reencarnación, idea errónea tomada de las religiones orientales, como el hinduismo.
Dado que la “New Age” reduce la persona de Jesús a un simple maestro o a una energía, se corre el peligro de caer en las mismas herejías de los tiempos pasados, por ejemplo, en el gnosticismo o el docetismo, herejías que negaron la encarnación del Hijo de Dios y, por tanto, la misma salvación que Él nos trajo.
Por eso nosotros, siguiendo la fe de la Iglesia, confesada desde la Biblia y la Tradición Apostólica, confesamos que Jesucristo es el Hijo de Dios, el Salvador, no un avatar o instructor mundial.
El Cristo “de los otros”
Por otra parte, sabemos que la figura de Jesús tiene su resonancia para los que no se confiesan cristianos como nosotros, por ejemplo, los ateos, los agnósticos y los no cristianos en general. Es común que de Jesús se hable en el mundo de las ciencias, del arte y de la literatura no cristianos. Es un Jesús de tipo humanista.
Este modelo presenta a Cristo como hombre universal, hombre para todos. Como hombre auténtico como pocos, modelo de una vida libre, soporte insuperable de ideales morales preciosos, sin los cuales aún la sociedad mejor organizada, más rica y más técnicamente perfecta, no dejaría de ser bárbara. Se le ve como al hombre perfecto, “de masculinidad ejemplar”; pero también como el hombre equilibrado, sin hipocresía, humano, que para los demás es puente hacia la humanización y la madurez.
Todas estas lecturas “humanistas” intentan revalorizar a la persona humana de Jesús, como hombre justo que, reafirmando la dignidad de toda persona, independiente de sus posibilidades económicas, intelectuales, morales; de sus cualidades físicas o sicológicas, se presenta como modelo ejemplar a los hombres de este mundo moderno. Por lo general usa un lenguaje fresco, atrayente, funcional, muy positivo y renovador, frente al lenguaje teológico, no pocas veces bastante árido.
Estas apreciaciones resultan muy cortas y no cuentan con el Jesús verdadero Dios y hombre, tal como lo presenta la fe de la Iglesia. Pero son un intento de recuperar, en Jesucristo, en su presentación como hombre modelo, a ese hombre auténtico, a ese soporte de todo esfuerzo por ser verdaderamente humanos.
Además del modelo humanista, en la actualidad se vislumbra un modelo religioso de Jesús, tal como aparece en las interpretaciones judías, hindúes o mahometanas de Cristo. Hoy día, muchos lo ven a Jesús como maestro de existencia auténticamente religiosa, como mártir del sacrificio y de la hermandad universal, como encarnación plena de Dios para iluminar y salvar al mundo, como profeta del Altísimo, como guía hacia la auténtica moralidad humana, como mártir de la justicia. Pero, como hemos visto, Jesús es igualado a los tantos maestros espirituales de la humanidad, como Buda, Confucio o Mahoma.
Este “Jesús” desde una perspectiva humanista o religiosa, representa todo un reto a todos aquellos cristianos, que han perdido su identidad de fe y que no toman en cuenta lo humano en Jesucristo o de su propia condición humana. Por supuesto que el discurso sobre Jesucristo, sólo puede darse con toda su riqueza humana y como modelo en la experiencia de fe de la Iglesia, a partir de los datos que nos brindan los evangelios y la enseñanza que hemos recibido de la Iglesia Católica.
¿Usted qué opina?